lunes, 6 de febrero de 2012

! PAGAME LO QUE ME DEBES ¡

A OÍDO USTED hablar del ping pong conyugal? En su libro Healing for Damaged Emotions2  [Sanidad para las emociones lastimadas, David Seamands usa esta figura para ilustrar la actitud de una pareja que fue a visitarlo en busca de asesoría matrimonial. Durante sus quince años de peleas conyugales habían logrado perfeccionar las más depuradas técnicas alternadas de ataque y defensa, y ahí estaban exhibiéndolas, ante la mirada perpleja del consejero matrimonial: mientras uno hacía ping, el otro contestaba pong. Ataque y defensa, de- fensa y ataque: ping, pong; ping, pong…
¿Y de qué se acusaban? Ambos se sentían defraudados. Ella se había enamorado de él por su capacidad de liderazgo, su disciplina y su espíritu de trabajo. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que su esposo era indeciso, indisciplinado y flojo.
Las cosas, sin embargo, no eran muy diferentes desde la perspectiva del marido. Él se había casado con ella por su atractivo físico, su pulcritud y su capacidad de ordenar todas las cosas a su alrededor. Su chasco fue enorme al descubrir, con el paso del tiempo, que era descuidada con su apariencia y desordenada.

El fuego cruzado de promesas incumplidas los asemejaba a dos personas que se quieren cobrar supuestas deudas de forma compulsiva. En efecto, cada uno parecía estar agarrando al otro por el cuello, mientras le decía: “¡Me engañaste, sinvergüenza! ¡Págame lo que me debes! ¡Cumple lo que me prometiste durante el noviazgo!”

¿Cómo calificaría usted la actitud de aquellos cónyuges? ¿Era razonable que se culparan mutuamente por no “cumplir con las expectativas”? ¿Tenía cada uno derecho a exigir al otro lo que nunca se prometió, o lo que cada cual esperaba recibir por el solo hecho de contraer matrimonio?  En otras palabras, ¿qué podemos, razonablemente,  esperar, o no esperar del matrimonio, de modo que no pasemos la vida agarrando a nuestro cónyuge por el cuello mientras le reclamamos “¡Págame lo que me debes!”?
La respuesta, por supuesto, es depende. Todo ser humano tiene derecho a esperar lo bueno de la vida, de las amistades, del matrimonio, del trabajo siempre y cuando eso que espera sea razonable. El problema es que, cuando de expectativas se trata, especialmente de las nuestras, no siempre actuamos razonablemente.


Las expectativas: el equipaje psicológico”
“Equipaje psicológico”:
Así llama Aaron Beck, fundador de la terapia cognitiva, a la carga de expectativas que todo el que se casa lleva al matrimonio. Un equipaje que, aceptémoslo o no, pesa por dos razones principales, entre muchas que se pueden nombrar.3
•  La primera  y más obvia es que esperamos más de los seres más cercanos. A mayor el grado de intimidad en una relación, mayor también el grado de frustración si esa persona nos chasquea. Cuando un vecino, o un colega, actúa “por debajo” de nuestras expectativas, simplemente tendemos a esperar menos de esa persona en el futuro; o, dependiendo del grado de frustración, nos distanciamos de ella. No así cuando quien falla es el padre, la madre, el mejor amigo, ¡o el cónyuge!
•  La segunda razón guarda una estrecha relación con la primera. A diferencia  de las expectativas que tejemos alrededor de otras relaciones interpersonales, las que traemos al matrimonio tienen la propiedad particular de ser más inflexibles. Lo que esto significa es que, aunque nuestro cónyuge nos desilusione, este hecho no nos hace bajar las expectativas. ¿Por qué? Basta recordar la historia de las dos cobradores con la cual iniciamos este capítulo: Creemos tener derecho a lo que se nos prometió cuando nos casamos, aunque algunas de esas “promesas” hayan existido solo en nuestra imaginación.
¿Cuán pesado es “el equipaje psicológico” que usted llevó a su matrimonio?  Con el paso de los años, ¿el peso del mismo ha disminuido o, por el contrario, ha aumentado? Si ha aumentado, muy probable- mente se deba a que, desde su perspectiva, su pareja no ha satisfecho algunas de sus grandes expectativas. Y, por su- puesto, para conocer el tamaño de su frustración solo tiene que observar la brecha entre lo que usted esperaba de su matrimonio  y lo que cree estar recibiendo ahora mismo.

Lo que esperaba es el equipaje psicológico: los principios, los valores y las expectativas que usted trajo a su matrimonio (es decir, cómo deberían ser las cosas). Lo que cree estar recibiendo de su pareja ahora mismo es la realidad (cómo son las cosas, des- de su punto de vista). Cuando admitimos que tenemos un problema en nuestro matrimonio, lo que estamos afirmando es que las cosas no están marchando como deberían. O sea, no están marchando como nosotros creemos que deberían marchar. De nuevo, son las expectativas las que colorean nuestro juicio.
¿Cuán pesado es su “equipaje”? La información que sigue puede ayudar a detectar dónde está el sobrepeso.


Expectativas que  provocan un exceso de equipaje
1. Un matrimonio  perfecto

Con sobrada razón algunos investiga- dores sociales califican a este mito como el s destructivo de todos. ¿De dónde ha salido la idea de rodear al matrimonio, o a ser humano alguno, con un aura de perfección? La pareja ideal sencillamente no existe, como tampoco existe el matrimonio ideal. Pero muchas, quizás demasiadas, son las parejas que llegan al matrimonio esperando lo que es imposible conseguir en este mundo imperfecto en el que vivimos. Lewis Smedes expresó esta realidad en los términos más contundentes:
“Nadie se casa exactamente con la persona ideal; cada uno se casa con la persona que es más o menos la adecuada. Todos somos imperfectos. Y si aceptamos este lamentable, pero estimulante hecho de la vida, entonces estaremos listos para crecer verdaderamente.  No favorecemos en absoluto nuestro crecimiento personal mientras seguimos acariciando la fantasía de la mujer ideal, o del hombre ideal. Crecemos cuando renovamos constantemente nuestro compromiso con la pareja que tenemos”.
Me gusta especialmente la última parte de la cita: el crecimiento, el desarrollo, de la relación conyugal solo se produce cuando cada a tratamos de mejorar el matrimonio que tenemos, con el cónyuge que tenemos poniendo a un lado las fantasías propias de cuentos de hadas.
                                                                           (Libro Me casasria de nuevo contigo)
                                                                                Fernando Zabala.











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